Hay frases que nos parecen obvias. “Dar empleo” es una de ellas. Se repite en discursos empresariales, en programas de gobierno, en entrevistas a gerentes emprendedores y que contribuyen a la sociedad. Se dice como quien da pan, abrigo o futuro. Pero, por supuesto, nadie da empleo. Lo que existe es una transacción, una compra de tiempo, atención, cuerpo y desgaste. Decir “dar empleo” es como decir que el banco “da casas”.
Al otro lado, están los relatos del marxismo y sus derivados. Según estos, el capitalista ciertamente no da nada, sino que extrae. A esto le llaman plusvalía. Es decir, el valor que el trabajador genera y que el patrón se embolsa sin pagar. Así, el empresario no es un benefactor, sino un parásito legalizado. El asalariado, un explotado moderno.
Si hacemos un zoom sobre las afirmaciones que “los empresarios contribuyen a la sociedad creando empleo" y “los empresarios explotan a sus trabajadores a través de la extracción de la plusvalía”, notaremos que ambas tratan de movilizar emociones positivas y negativas, respectivamente. Son visiones potentes pero que descansan sobre un hilo muy endeble: el valor.
⸻
El problema de fondo: ¿qué es el valor?
Ambos relatos comparten un supuesto silencioso: que el valor existe como una sustancia objetiva, algo medible, calculable y distribuible.
Pero la realidad se encarga de dinamitar ese supuesto1: El valor es realmente subjetivo.
La economía moderna —desde la revolución marginalista de fines del siglo XIX— has mostrado ampliamente que el valor no está en las cosas, ni en el trabajo, ni en el esfuerzo. Está en la cabeza de quien lo percibe2.
Lo vemos todos los días:
- Una imagen de computadora cifrada con forma de mono se vende en $300,000.
- Un agricultor camina tres horas para vender papas a S/1 el kilo.
- Una marca cobra S/800 por zapatillas que, materialmente idénticas, otras venden por S/80.
- Un influencer gana más con un TikTok que un médico en una semana.
- Un cuadro abstracto se subasta por millones, mientras un artesano apenas sobrevive.
- Los deportistas de deportes con amplia llegada mediática ganan cantidades exorbitantes.
Nuestros propios actos al elegir donde comemos, la ropa que compramos, con quienes compartimos nuestros tiempos, demuestran que no vemos el valor de las cosas como algo “objetivo”. Notamos entonces que todo encaja si entendemos que el valor es una narrativa compartida: percepción, escasez, marca, estatus y conveniencia3. Es decir, lo que vale, vale porque alguien lo quiere, no porque alguien se haya esforzado.
⸻
El mercado no premia el esfuerzo. Premia la percepción.
La idea de que el empresario extrae “plusvalía” presupone que el trabajo genera un valor objetivo que luego es apropiado4. La idea de que el empresario “da empleo” supone que hay una especie de mérito o virtud en contratar. Ambas se desmoronan si el valor no es estable, sino volátil y subjetivo. Entonces no hay una cadena de producción que “cree” valor, sino una red de intercambios donde cada agente pone y recibe según sus percepciones y expectativas5.
Esta realidad hace que la idea de plusvalía se tambalee. Porque, ¿cómo puede alguien “extraer” valor si el valor no existe de forma estable? ¿Qué se roba exactamente? ¿Una expectativa? ¿Un precio posible?
Y del otro lado, si contratar a alguien no es “dar empleo” sino negociar desde una posición de poder dentro de un mercado de valor fluctuante, entonces tampoco hay virtud. Hay cálculo. Y margen. O, incluso, aprovecharse de una asimetría de valor percibido.
La empresa no da empleo, sino que compra tiempo humano al precio que el mercado —y las asimetrías de poder— permiten. El trabajador, a su vez, no genera un “valor objetivo”, sino que contribuye a un proceso cuyo producto tendrá valor solo si alguien más, al final de la línea, está dispuesto a pagar por él.
Y así en toda la cadena. La “plusvalía” entonces no es una sustracción, sino una diferencia de apreciación:
- Se compra trabajo porque se cree que servirá.
- Se paga por insumos que se espera revender con ganancia.
- Se vende a un cliente que cree que vale la pena pagar.
- Se contrata a un profesional por lo que parece que aporta, no por lo que realmente mide su aporte.
No hay valor en los objetos, ni en el tiempo trabajado, ni en la utilidad técnica. Hay narrativas. Y negociación. Y asimetrías de poder.
⸻
Conclusión: ni plusvalía, ni dádiva
Vuelvo entonces a la frase con la que empecé:
“Dar empleo” es un sofisma tan grande como la plusvalía.
Lo que pretendo es un ataque doble: desmontar el discurso empresarial del mérito individual como generador de valor, y el discurso marxista de la explotación basada en una supuesta objetividad del valor trabajo. ¿Por qué creo merecen ser atacados? Porque ambos simplifican un sistema mucho más ambiguo, donde todos juegan con lo que tienen —capital, tiempo, salud, información— y casi nadie tiene las reglas a su favor. Ni el capitalista es un benefactor, ni el trabajador está objetivamente saqueado. Lo que hay son juegos de percepción y conveniencia en un mundo donde el valor no es lo que las cosas “valen”, sino lo que alguien está dispuesto a pagar, o a creer que vale.
No hay plusvalía. No hay empleo dado.
Solo hay relaciones precarias disfrazadas de certezas ideológicas, que reflejan subjetividad, conveniencia y muchas veces, desesperación.
Lo que llamamos economía es, en realidad, un sistema de reglas donde el valor no se produce ni se reparte, sino que se negocia, y esto genera una lucha por imponer relatos sobre quién merece qué y por qué.
Personalmente creo que ahí una trampa. Nos movemos en un mundo donde los precios se justifican con cuentos: la innovación, el esfuerzo, el mérito, el riesgo. Pero nada de eso tiene correlato directo con el valor. El oro no vale más que el agua por necesidad, sino por acuerdo social. Lo mismo pasa con tu sueldo. Con tu tiempo. Con tu cuerpo.
Pero entonces, ¿qué nos queda?
Creo que nos queda reconocer que muchas de nuestras certezas económicas son realmente construcciones ideológicas. Y que en lugar de buscar una verdad objetiva sobre el valor, tal vez debamos empezar a preguntarnos: ¿quién se beneficia de que ciertas cosas parezcan valiosas, y otras no?
-
El concepto de valor como construcción histórica ha sido desarrollado por autores como David Graeber (Toward an Anthropological Theory of Value, 2002), quien muestra cómo distintas culturas definen “valor” de formas completamente distintas. Asimismo, argumenta que es la búsqueda del valor la principal fuerza motriz de la sociedad y que la pugna por redefinirlo la esencia de la política. ↩︎
-
La revolución marginalista del siglo XIX —con Carl Menger, William Stanley Jevons y Léon Walras— establece que el valor se define por la utilidad marginal percibida, no por el trabajo incorporado. ↩︎
-
Véase Arjun Appadurai (The Social Life of Things: Commodities in cultural perspective, 1986), donde se muestra cómo el valor emerge en contextos culturales e interacciones simbólicas, no en propiedades intrínsecas de los objetos. ↩︎
-
La crítica a la teoría del valor-trabajo puede encontrarse desde temprano en Böhm-Bawerk (Zum Abschluss des Marxschen Systems, 1896). ↩︎
-
Frank Knight y luego Keynes señalaron que las decisiones económicas se toman bajo incertidumbre y expectativas, no certezas objetivas. Véase también George Akerlof y Robert Shiller (Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy, and Why It Matters for Global Capitalism, 2009), sobre la economía basada en narrativas. ↩︎